jueves, 3 de febrero de 2011

La teoría de los hombres virus

Cuando estudiaba medicina, aquel dramático año, todavía era una niña que no sabía ni la mitad de lo que ahora sé. Tampoco es que sepa mucho ahora, pero creo que eso comprueba mi punto, ¿no?

Recién salida del colegio, me metí a estudiar medicina por pedido de mi padre. Creí que era lo que yo también quería y por ello no puse peros. Al final, terminé en Derecho por voluntad propia y contra la de mi padre, y el resto es historia. Pero a pesar que solo estuve un año, tuve una visión más amplia de lo que era mi universo hasta entonces. No conocía mucho a los chicos, ni las verdaderas traiciones, o verdadera gente maliciosa o que hacen lo que sea por conseguir lo que quieren. Aquel dramático año conocí gente así. Ah, y por supuesto, hombres idiotas en todo sentido de la palabra. Clínicamente idiotas.

Aquel año también creé una teoría que es casi como mi “Segundo Sexo”. Es algo que casi se hizo un libro, pero quedó como un simple ensayo: “la teoría de los hombres virus”. Ahora, ¿por qué hombres virus? Por lo que contaré a situación, años antes de conocer a SÑ.

* * *

En esos tiempos, en que era jovencita e ingenua, me jactaba de estudiar medicina. Para mí la facultad era un mundo fascinante, lleno de la libertad de la que poco gocé cuando estaba en el colegio. Todo dependía de mí, muchas decisiones eran cosa mía sin necesidad u obligación de consultarlo con mis padres. Tenía 17 años y estaba loca. “Diecisiete, y loca”, recuerdo de una obra de teatro recontra underground. Era una definición precisa.

Aquel año se caracterizó por ser malo. Fue malo, aunque con matices buenos, algunas cosas geniales, y otras tan malas como no me lo hubiera imagino. Soy fuerte, por ello salí de la facultad con la cabeza en alto, pero me costó mucho. Hay gente en el mundo que verdaderamente solo cumple la función de joderte a ti. A mí me jodieron, me quisieron cagar, dejar en el suelo, por ignorancia tal vez de lo que yo era o porque tal vez nunca les interesó mi forma de pensar. Ellos eran totalitarios con sus emociones, blanco era blanco y no podía ser de otra manera. Para ellos el negro podía ser blanco, si es que alguna cosa pasada los había convencido de ello, y jamás cambiarían de opinión. Y por supuesto, no se puede ser totalitario sin un débil mental que te siga el paso, y ahí estaban ellos también, carentes de fuerza de voluntad y de emociones que les hicieran gritar “libertad” a lo William Wallace. El totalitario y el débil mental casi me hicieron mierda.

Y encima: los tipos idiotas de toda la vida. Y aquí está su historia.

* * *

Cuando estaba recién llegadita a medicina (dígase: casi bajadita), me gustaba un chico, el Aprista (por su nombre, vinculado demasiado a los Búfalos), y no había nada que no me pudiera gustar ahí. El tipo era guapo, era listo, tenía un porte que pocas veces había visto en un hombre tan joven, y me encantaba. Pero yo era toda una ñoña, era definitivamente el tipo de chica tímida e inteligente que el Aprista no quería. Se le notaba todo un aventurero ahora que lo recuerdo, alguien que quería comerse el mundo de una sola mordida. Lo quería todo. Ahora que veo su fotografía, luego de miles de años, solo hay algo que puedo afirmar: niña sonsa.

Quería regalarle a alguien mi corazón. Eso era lo que más me interesaba, lo demás me llegaba “al pincho” como empecé a decir en aquella época. No me interesaba el sexo, la pasión o el deseo, solo enamorarme y ser correspondida en mis sentimientos. Luego del fracaso con el Aprista, empezaron las clases con todas las de la ley y me fui olvidando poco a poco de él, así como él se olvidó casi por completo de mí. Ah, claro, recuerdo que sus dotes “actorales” también le ayudaron mucho. Chibolo sonso, si hubiera sido la mujer que soy ahora, lo hubiera cagado en una nada más, pero no lo hice. Fácil fue mejor, llevar la fiesta en paz. El que estaba más presente, era el mejor amigo del Aprista, que tenía un nombre famoso, chapa casi hecha de un cliché y que luego sería conocido por todos como “el Virus”.

El Virus, o Virus como también le decíamos, era súper amigo de el Aprista en verano, y creo que también lo fueron un poco durante las clases. Lo que pasó es que todos cambiamos de salón, nos separamos casi por completo y solo nos veíamos durante el cambio de hora. Lo mismo con ellos, pero antes de eso, eran súper patas, los chicos “bacanes” de la clase, inseparables y con todo en común. Aunque el Virus fuera mayor que el Aprista por cuatro años, eso era lo de menos. Eran casi enamorados, era ridículamente enorme esa amistad.

Bueno, el Virus era un pata con el que me hablaba poco la verdad. Era chonguero, divertido y buscaba mujeres y patas así. Yo entonces era muy cerrada y no le iba tanto a eso. Por eso creo que no me tomó tanta atención, además que yo andaba por otros universos.

Cuando el verano terminó, me separé de toda esa gente. Me dediqué a estudiar y también a los dramas que vinieron en la época de clase. Fueron cuatro meses de sufrimiento, y la verdad es que yo no la empezaba a pasar tan bien. Entonces es que me daba cuenta que nada de ello era lo mío… pero primero, el Virus reapareció.

Fue durante los últimos dos meses de aquel primer semestre. Cuando recién yo le entraba a la onda del Messenger, comencé a conversar más con el Virus, y en una de esas conversaciones, por esa época, me reveló que yo le gustaba mucho. Sorpresa. A todas las mujeres les gusta que le digan “me gusta”, aunque no sea alguien a quien puedan corresponder, es parte de nuestro enoooorme ego, pero yo en ese tiempo, siendo jovencita, no tenía un gran ego, solo grandes ganas de un enamorado.

Me gustaba el Virus, y mucho. Le dije que también me gustaba, y las cosas sucedieron casi naturalmente. Yo quería tener algo formal, para mí era un sueño, era algo que deseaba. Mientras tanto, el Virus, como el hombre mayor que yo que era entonces, solo buscaba una cosa de la que no me di cuenta hasta después.

Lo besé una vez. Me encantó, sus labios eran carnosos y suaves. Recién me iniciaba en esas cosas, y el Virus me encantaba. Yo creo que también le gustaba, pero ser mi enamorado no era su objetivo final en la vida en la facultad. Cuando entrábamos de vacaciones, me dijo que tendría una respuesta cuando regresáramos, el primer día. Yo esperaba con ilusión que me dijera si quería ser su enamorada. Estuve por lo menos un mes pensando en ese momento, viviéndolo en mi cabeza de mil y un maneras.

Cuando llegó el primer día de clases, el Virus no dio ni pelos ni señales. El miércoles de esa semana, recién me pude reunir con él. Nos besamos y la pasamos bien, me encantaba estar a su lado, pero nada. Nos encontramos por la facultad mucho, pero jamás volvimos a hacer algo dentro, a pesar que todos mis amigos sabían que estaba en planes con él, el Virus actuaba de lo más lejano cuando estaba yo cerca. Era el bacancito para sus amigos, con los que jugaba fútbol y era el macho alfa, y cuando me quería ver, me llamaba y tenía que ser siempre en otro lugar.

Entonces yo tenía mi primer celular oficialmente. Y lo usaba para mandarme innumerables mensajes de texto con él. Peleábamos mucho, debido a mi frustración, pero nada. El Virus no me iba a dar respuesta jamás, por más que yo insistiera o hiciera de todo para llamar su atención, y así fue. Lo busqué de todas las maneras posibles, pero el Virus nunca me dijo aquello que yo tanto anhelaba escuchar.

No fue muy difícil darme cuenta tiempo después de las verdaderas intenciones del Virus. Y es que yo sí le gustaba pero solo para una cosa: para tirar. Lo único que el Virus siempre quiso fue tirarme, ir a un hotel, y encima, ¡que lo pagara yo! Cuánta ostra de este sujeto, tan bacancito para sus patas, y tan hijo de puta para esto. Tanto floro durante tantos meses y tanta atrasadera solo para llevarme a la cama, lo cual nunca logró. Como yo ya he mencionado antes, el sexo no me interesaba entonces, y siendo virgen tenía mucho miedo de entregarme a alguien si no era por amor de verdad, cosa que de hecho no sucedía con el Virus. El muy huevón decía que solo quería “aplicarme la ley”. Habrase visto semejante estupidez.

Y fue durante esas épocas de cólera y resentimiento que creé un ensayo para mi clase de Lenguaje Jurídico que llevaría el título de “La teoría de los hombres virus”. Basada en la teoría que le da el Agente Smith a Morfeo en la primera película de “Matrix”, acerca de cómo la humanidad es más como un virus que consume todo sin piedad, pensé en que el sujeto que me atormentaba entonces era como un Virus. Era una entidad que se aprovechaba de las mujeres de la peor manera, les quitaba todo, hasta la dignidad, y cuando ya no hubiera nada ahí, simplemente se retiraba en busca de otro huésped.

El Virus era exactamente eso: un virus. Me quitó lo poco que me quedaba, solo por tirarme, y me hizo pasar los peores momentos de mi vida. Sufrí, pero sobreviví, y a pesar de que era muy joven, tenía mucha dignidad y no permití que me pusiera un dedo encima si quiera. El Virus jamás se encamó conmigo porque yo nunca se lo permití, y me siento muy orgullosa de ello. Prefiero haber sufrido por él que haber permitido que me pusiera un dedo encima.

Pero eso sí: sufrí mucho. Sufrí por su machismo. Es decir, ¿de dónde sacó él la idea de que solo podría acostarse conmigo sin ningún tipo de consecuencias?, ¿de dónde sacó la idea de que yo era solo para tirar? Yo era una niña, recién salida de un colegio de mujeres y mi experiencia con hombres había sido prácticamente nula. Era liberal, era suelta y me gustaba mucho ser yo misma. ¿Cómo es que el Virus pensó que solo podía tirarme, si es que nunca le di a entender eso? Yo siempre le dije que quería algo serio, y por mucho que me floreó jamás logró nada. Si yo era una jovencita sin experiencia en el rubro sexual, ¿por qué pensó que podía tratarme como una perra más?

No es que lo hubiera incitado, ahora lo veo. Es que simplemente el sujeto era un completo y singular IMBÉCIL. Era un idiota, un perfecto idiota. Solo así podemos entender cómo es que los hombres buscan satisfacer sus deseos sexuales sin que las mujeres les digamos que solo queremos sexo. Las zorras proyectan la imagen de una mujer que solo quiere cogerse a todos los hombres sin ningún otro vínculo. ¡Pero yo jamás le di a entender eso al Virus! Me tomó mucho tiempo y lágrimas entender todo. Finalmente, el sujeto era un pobre imbécil, que espero ahora haya madurado al menos un poco.

Verdad, que tuvo una enamorada en la facultad, pero parece que yo tenía lo que él quería. Huevón. Se merecía mucho lo que le hicimos junto a mis primas: venganza. Logramos que mi prima lo conquistara y luego lo tirara al tacho de la basura, así como lo hizo conmigo. Lo tratamos de la misma manera, y fue un justo ojo por ojo. Esas fueron las últimas cosas que escuché de él, y de que dejó la facultad para estudiar administración. Supongo que a hacerse el bacancito en otro lado y a buscar tirarse a otras pobres incautas.

* * *

Tiempo después, ya no soy tan ingenua. Y tampoco son tan santa. Ahora conozco un poco más como son los sujetos, y lamentablemente he encontrado muy pocos en mi vida que quieran una relación seria. De SÑ ni se diga, pues él jamás renunciaría a MH para estar conmigo, y eso es un tema zanjado. Pero a veces tengo las mismas ilusiones que cuando estaba en la facultad de medicina y no sabía nada de la vida: quisiera un enamorado que me quiera sinceramente, que no solo busque un atracón, sino algo serio. Pero lo veo muy difícil, debido a que ahora se más como es que piensan los hombres. Ellos tienen otra forma de tener a una chica, de hecho nada formal. Nada conmigo.

Pero hoy para mí eso más que a una frase lastimera, suena a una verdad que no me incomoda tanto. Si un hombre no me quiere querer seriamente, pues entonces no vale la pena. Y creo que eso también va para ti, SÑ, que no me olvido que hace rato que me estás dejando a un lado. ¿O es que acaso tú también eres un hombre virus?

martes, 1 de febrero de 2011

Te conocí un día de febrero

Era una mañana de hace ya varios años. Puedo recordarla como si acabara de ocurrir, pero en realidad ha ocurrido hace un buen tiempo, cuando yo todavía era más inocente, ingenua y más flaca.

Era el primer día del mes de febrero de aquel año. Y yo tenía una entrevista de trabajo. Tenía una entrevista a la que no quería ir, porque no tenía ganas, y es que la desconfianza me sentía recontra bajoneada, el miedo me hacía retroceder, pero de todas maneras en mi casa todos me apuraban para que saliera corriendo, alistando todo rápido para ir de una buena vez a esa entrevista. Con pocas ganas, con música de Soda Stereo y son inmenso, típico del verano limeño, me alisté y me puse la veintiúnica blusa que tenía, junto con el ventiúnico pantalón negro... y claro, los veintiúnicos zapatos altos que había en mi guardarropa.

Recuerdo que desayuné con mi familia, una de las últimas veces, y luego de agarrar mi bolso, fui con mi madre a tomar el taxi que me llevaría a ese edificio que yo vi tan raro el primer día, pero que en poco tiempo terminaría siendo mi hogar. No tan dulce, pero mi hogar al fin.

Mi madre me dejó en la puerta, como si fuera mi primer día en el colegio, y esta vez yo tenía el temor que no tuve aquella vez cuando la vi alejándose y deseándome suerte. Con un poco de dificultad ubiqué a mi contacto en el edificio, con el DNI enorme de entonces todavía, fue que me identifiqué. Logré pasar.

No recuerdo qué me decía mi contacto mientras íbamos subiendo por el ascensor. Jamás lo recordé, solo que mi contacto estaba emocionado y me hablaba con apuro pues ya llegábamos al piso donde iba a tener (literalmente) la entrevista de mi vida.

¿Quién diría que la persona encargada de verme aquella mañana era la misma a quién yo le terminaría dando aquello que nunca he dado? Todo mi ser.

SÑ está sentado frente a mí, pero todavía no es SÑ, es solo un señor que me da un poco de miedo por su seriedad, y que me pregunta algunas cosas con una voz muy seria, que me da a entender que es una persona a la cual hay que tener miedo cuando tiene humor de perro. Momentos antes de la entrevista, yo me presento dándole la mano y diciéndole mi nombre. Él me saluda y piensa, como me dijo después, que le da ternura el falso aplomo que demuestro ante él. Mejor ponerme fuerte que temblar, le dije yo.

Luego de las preguntas, he pasado la prueba de fuego: chambearé. SÑ (que todavía no es SÑ) me da permiso para regresar días después, pues tengo que ir a Cajamarca y volveré en cinco días aproximadamente. Él piensa que quiero hacer solo vida social, una chica más de las que han vagado y van a chambear obligadas. Pronto conocerá mi intelecto, pero esa es la primera impresión que tiene sobre mí. Yo salgo contenta de aquella oficina, aquella mañana del primero de febrero de dos mil xxxxx.

No tengo la menor idea de que mi contacto me ha presentado al que será mi gran amor. Mi contacto tampoco lo sabe, por supuesto. SÑ es solo su amigo, su buen amigo, con quien me recomendó y ante quien me llevó para saber si podía hacer algo en esa oficina. Y haré mucho en lo laboral, es decir, aprenderé muchas cosas, y también seré otra persona, aprenderé sobre mí misma y sobre los demás. Mi vida cambiará por completo.

Dejaré de tener una sola blusa, un solo pantalón y un solo par de zapatos altos. Aunque me tome tiempo, aprenderé a vestirme para este trabajo, aprenderé a llevar el cabello, los adornos femeninos y las carteras, y también aprenderé a utilizar maquillaje y llevarlo siempre conmigo. Los lentes que me caracterizaron desde el final de la secundaria, serán dejados a un lado por lentes de contacto, por un tema más estético que práctico. Me podrán ver el rostro, y toda mi alma con ello.

Pero lo más importante, es que esa mañana acabo de conocer a SÑ, al hombre de mi vida, el que cambió mi vida y mi forma de pensar sobre ella, sobre el mundo, que me presentó a Lima de otra forma, que me hizo ver otra música, aprender cosas de mí que no sabía podía pensar o sentir. Aprendí a decir la verdad con él, a ser honesta, a ser toda una zorra, una puta, una mujer, casi una mujer de verdad.

Cuando estoy en el carro de regreso a casa, no tengo la menor idea de lo que acaba de pasar. De que lo que acaba de pasar, va a cambiarme para siempre. Y a SÑ también.

* * *

No tengo la menor idea de como están las cosas, mucho tiempo después de aquella mañana soleada frente a SÑ en aquella oficina que ya no es suya ni mía. Todo es distinto ahora, pues no soy la chica que él quiere impresionar, ni tampoco él es ese señor que me dio tanto miedo al inicio. Somos personas ahora, somos amigos, somos... lo que siempre hemos sido, supongo. Somos muchas cosas.

No digo esto mucho, pero en SÑ encontré a mi mejor amigo. Alguien que me entiende en muchas formas (un 90%), a pesar de que todavía me falten aspectos de él y a él le falten aspectos de él. Aunque hemos fallado en otros aspectos como hombre y mujer, como amigos creo que eso no ha sido así. Yo he estado cuando me ha necesitado y él ha estado cuando lo he necesitado. Y es el lado bueno de todo esto. Es lo mejor.

Ahora que recuerdo esa mañana, pienso en que volvería a ir a esa entrevista si me fuera ofrecida. A pesar de las cosas malas, creo que las buenas tienen mucho más valor. No hay nada que me arrepienta de aquella mañana de febrero.