miércoles, 23 de marzo de 2011

Adiós, ojos violetas


Ya fuera suplicándole un poco de amor y cariño a su marido, luchando en medio de los vaqueros en el viejo Oeste, o mostrándose como una dura y regia reina, Elizabeth Taylor nos conquistó a todos de todas las maneras posibles. Una reina realmente, que hoy dejó de existir a los 79 años de edad, dejando un vacío tremendo para todos aquellos que amamos el cine, tanto como la amábamos a ella. No quiero hablar de sus arranques de locura, o de la poca lucidez que al parecer le fue quedando en sus últimos años. No quiero hablar de la loca de la esquina, sino de aquella mujer que muchas quisiéramos ser.

No es exagerado decir que haríamos lo que sea por un cuerpo como el que luce en "La gata sobre el tejado caliente" (The cat on the hot tin roof), con una ropa que no luce antigua para nada en un cuerpo como el que Liz Taylor ostentaba entonces. Y no es solo el cuerpo, era el rostro, un rostro realmente hermoso y que yo admiré desde la primera vez que lo vi. Eso fue hace miles, en una película que casi deja en la bancarrota a la Fox: "Cleopatra".

El rostro de dolor que pone al momento en que se suicida pensado en el amor que ha muerto y al que va a acompañar, hace entender a muchas mujeres lo que puede ser el amor en nuestras vidas: es dolor, es fuerza, es vida. La mirada de los ojos violetas de Taylor elevaba a lo sublime cualquier otro sentimiento humano. Tuviera 25, 40 o 70 años, sus ojos, esos que conquistaron a lo largo de toda su vida, nunca murieron. Tan solo se cerraron. Y de paso, su cuerpo que aunque estaba acabado, seguía llevando por dentro todo el fuego que Liz Taylor, con el ímpetu de la mujer decidida. La valiente que es capaz de conquistar todas las tierras con tan solo una mirada de amor. Era casi como una Helena de Troya moderna. Era una reina. Era Cleopatra enfundada en su traje dorado, llevada por los miles de esclavos que éramos nosotros. Todos los que la amábamos y casi nos fuimos con ella mientras llórabamos las noticias que anuncian que la vida de Elizabeth Taylor ha llegado a su fin.

Tal vez fue a acompañar a Richard Burton en el cielo, muerto hace ya mucho tiempo por un cáncer maldito. Es como la perfecta escena del reencuentro en un drama romántico. Ella nunca negó que haya sido el amor de su vida, y la entiendo, porque vivió su amor por R. Burton, así como yo vivo el mío por SÑ: con amor, pasión, odio, ternura, dolor, alegría, rabia. Todas las emociones posibles, estoy segura que Miss Taylor las vivió a lo largo de su vida, de la mejor manera posible.

Así que no exagero si dijera que si se me concediera un deseo, yo quisiera ser Elizabeth Taylor. Pero en realidad, nunca habrá nadie como ella. Nadie que sea capaz de vivir la vida tan apasionada que ella llevó. Nadie, nadie con esos ojos, que nunca volverán. Y a los que solo queda decirles: gracias... y adiós.

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