lunes, 21 de junio de 2010

I heart Football

Mi madre, Alejandrina, no soporta ver el fútbol. Pero no es porque no le guste, pues cuando ha jugado un equipo de su predilección, la he visto gritando y animando como si fuera un "dude" más en el estadio. Si fuera hombre, mi madre probablemente sería dirigente de una barra, y la habría hecho algo así como las barras en europa. Una tan ordenada como las barras del Olympique de Marseille.

No. La verdadera razón por la que mi mamá no puede ver fútbol es porque no soporta ver el rostro de dolor del equipo que pierde. Es capaz de compartir la alegría del equipo ganador, pero le da mucha pena ver a los once que salen cabizbajos de la cancha, conocedores de la derrota y sin poder aceptar aún que lo que pasó fue por error suyo. Es lo que no le gusta del fútbol a mi mamá, y nunca le ha gustado, especialmente cuando los equipos rivales involucran a los equipos de sus hijos. Recuerdo cuando en el año 1998 Universitario y Sporting Cristal se disputaban la final del campeonato, y que tuvieron que irse a los penales. Yo soy hincha hasta la médula de la U, mientras que mi hermano Jimmy le va a Cristal. Cuando Esidio metió ese último penal yo salté de alegría casi hasta el techo, mientras que mi hermano cubría su rostro con las manos. Salté por el cuarto, por la sala, celebrando el campeonato (casi como Italia celebró la Copa del Mundo del 2006, porque a mis 12 años, ese triunfo lo era todo).

Mi madre estaba en silencio en su cuarto. Cuando fui a contarle lo alegre que me sentía por el triunfo, solo atinó a decirme "yo no puedo celebrar, porque uno de mis hijos sufre por su equipo". En ese momento entendí el sentir de mi madre, y también lo compartí. De paso que aprendí a celebrar un triunfo cuando éste involucraba aplastar al equipo de un amigo mío. Excepto cuando se trata de Alianza Lima, claro está (porque para picones: los blanquiazules, y para joderlos: una crema).

Esa podría decirse que fue una de mis primeras experiencias con el fútbol, en lo que a partidos se refiere. No sé exactamente cuándo fue que realmente me comenzó a gustar. Probablemente comenzó a nacer cuando yo caminaba a mis seis años de edad por las tribunas vacías del Lolo Fernández. Caminaba entre los asientos, miraba la cabina de prensa y llegaba hasta donde dice "U" en la tribuna. Me daba una vuelta completa por el lugar, sin imaginar si quiera qué tipo de lugar, templo sagrado de algunos, pisaba en esos momentos. Ese estadio fue uno de los primeros recintos que pisé, pero que en realidad por aquel entonces me producía indiferencia. No se puede amar lo que no se conoce. Probablemente si volviera en estos momentos a esa miniatura de estadio en Breña, si pisara el gras, si me recostara en él, mi corazón latería a mil por hora con todo lo que ya conozco.

Probablemente el fútbol me comenzó a gustar cuando fui por primera vez al estadio Monumental, la nueva casa del equipo de mis amores. Cuando me asomé a la cancha de ese estadio, solo dije: Wow. Eso era todo. Eso resumía todo lo que había que decir de semejante cancha de fútbol. Probablemente no pise estadios más grandes en mi vida, pero al menos he tenido el gusto de ver un estadio de verdad. Y estar en tribuna llena en distintos momentos, de estar en los palcos, de gozar con la vista, aunque tal vez no de la calidad del fútbol que se vive, pero al menos. Un gran estadio, que conmueve al verlo.

Probablemente me gustó el fútbol cuando grité GOOOOOOOOOOOL por primera vez en un estadio. Fue en el Monumental, y jugaron Perú-Argentina aquella vez. Por supuesto "jugamos como nunca y perdimos como siempre", pero al menos tuve ese gusto, esa gloria de gritar un gol peruano en tierras peruanas. Hacía un frío del carajo, los lentes casi se me vienen al suelo y creo que abracé a un completo extraño, de paso que quedé con la garganta adolorida, pero nadie me podrá quitar esa sensación adrenalínica. Gol de Perú, y yo estuve ahí para gritarlo. Me dormí con esa sensación, olvidando aquella noche de que habíamos perdido 3-1 a manos de los hijos del eminente fútbol argentino.

Probablemente me gustó el fútbol cuando conocí a Ibañez, a Chemo del Solar, a Pizarro (en el entonces en que recién había salido al Werder Bremen), y luego traspasé fronteras: Ribéry. Cuando comencé a conocer a los personajes que corrían por la cancha, que enseñaban sus pases, sus fintas, sus atajadas, su valor ante el adversario, su modo de dominar el balón, de hacerlo suyo, casi como las fans caíamos a sus pies entonces. La forma de ver el fútbol cambió cuando ya no solo disfrutaba el partido, sino también la técnica. Un partido se convirtió en bueno cuando era uno bien jugado. Qué delicia disfrutar de esos que traía las europas, ese fútbol que de verdad de vez en cuando deja a uno con la boca abierta. Ah, la mierda! Eso era fútbol entonces.

No sé cuando me empezó a gustar el fútbol, realmente gustar, pero todo esto que les he narrado ha sido el gran catalizador que ha hecho nacer en mí esa fiebre que mueve al mundo durante estos días. Si antes, de pequeña, me aburría el fútbol infinitamente, era porque no lo conocía. Pero cuando lo empecé a conocer, fue cuando también lo empecé a disfrutar. Adquirió tanto romanticismo como una poesía, como una canción. Era definitivamente otra cosa, era... ¡no sé realmente qué era! Solo sé que era, es y será algo que siempre llene el espíritu de las personas, que nos haga llorar de alegría o de tristeza, que nos produzca placer o dolor, que nos llene de amor o de odio, de contradicciones, que nos conmueva ante el valor del jugador que no se amilana ante un gol, una patada, un pase mal dado, y continúa corriendo por la cancha, en busca de un sueño que podría parecer imposible, pero que realmente no es así.

Una vez dije que la vida era un partido de fútbol. No se acaba hasta el silbatazo final, hasta que cumples el tiempo que te han dado. Probablemente por eso me gusta el fútbol: se requiere técnica y valor para vivir, para jugar. Necesitas de fuerzas para correr por la cancha, picarla, entregarte a todo, a tus sentimientos, a tus instintos. Mirar al guardameta a los ojos, demostrarle que no tienes miedo. Patear el balón. Y gritar, gritar ese sueño que una vez fue imposible y ahora no lo es. Gol.

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