martes, 13 de julio de 2010

Almorzando sola

Son 1.30pm. Los trabajadores del PJ, en general, van saliendo poco a poco de cada una de las sedes de Abancay, B y P, dirigéndose a comprar el almuerzo, o a almorzar a otro lado. Yo voy regresando ya con la comida. Camino apurada por el frío de m que consume la ciudad, y mientras, veo a la gente. Chicos y chicas guapas que conversan, señoras y señores que caminan de a dos, tres o cuatro. Algunos ya llevan bolsas y regresan. Otros caminan hacia los restaurantes cercanos con las manos en los bolsillos y encogiendo el cuello. Incluso aparece el Fuhrer con Hb, caminando de la misma manera, conversando, y demás personas que conozco bien (laboralmente, al menos).

Ah, si, otro detalle: todos caminan en compañía. Yo voy sola, con mi bolsa del almuerzo, apurando siempre el paso antes de congelarme en esta temperatura tan fresca. No me he dado cuenta hasta que he visto, que realmente ningún trabajador sale solo. Bueno, solo me encontré con una compañera que iba sola. Los demás, todos bien acompañados.

Ya he terminado mi almuerzo. Son la 2pm. En mis oídos suena "The Scientist", en mi corazón suena "Sara" y en mi cabeza una pregunta: ¿por qué yo almuerzo sola?

Mientras subía a la oficina, en el sexto piso de la modesta sede P, me lo preguntaba, y creo que puedo haber encontrado un par de antecedentes que expliquen mi actual soledad al momento de la comida. Eso si, los viajes en el tiempo, son en reversa.

Todo comenzó con Gigi. Mejor dicho, terminó con ella. Cuando a mi gran amiga, Gigi, le rescindieron el contrato en este sector (cosa que aún me parece muy INJUSTA), yo empecé a comer sola. Recuerdo que entonces yo aún traía comida, pero siempre la acompañaba a comprar a ella, ya que de paso yo compraba una botella de agua, gaseosa o jugo, y luego, al subir, nos acomodábamos, comíamos y conversábamos de muchas cosas. Terminaba el almuerzo, y cada una tenía que regresar a sus labores. De vez en cuando teníamos más compañía, pero en general éramos nosotras dos.

Antes de Gigi, los momentos de la comida eran mucho más. SÑ ya se había ido y yo quedé con Gigi, mi súper compañera y amiga, e intentando llenar el vacío que Shumaq Ñahui había dejado, no solo en la silla que solía ocupar, sino también en mi corazón en esos momentos.

Cuando todavía era practicante en este recinto, salía a comer con el secretario de entonces, DH. Perdón, empecé comiendo sola. Salía a comer por ahí, paseaba y regresaba (creo que así hemos empezado todos xD). Cuando el secretario entonces se dio cuenta de mi soledad, me dijo que lo acompañara. Esa fue mi primera "collera" del PJ, con los dos secretarios y el asistente de despacho. All men, y no por ser puta tengo ese favoritismo, sino que sus conversaciones se adaptan mejor a mi persona. Si, toda una tomb boy. Mai si no te gusta.

SÑ, que entonces no era ni la S ni la Ñ, sino el Señor J, ya había notado que yo salía a comer. Mejor dicho: me había notado, pero yo no a él (aún era un "señor" para mí), y me había pedido que trajera mi comida para comer ahí. Yo era muy tímida entonces y ese pedido resultó siendo nulo en mi cabeza. No quería traer comida, porque no sabía como pedirlo en mi cabeza. ¿Qué iba a decir? El Señor J quiere comer conmigo? Groose! No thanks.

Cuando el Señor J se hizo mi jefe directo, y tuvimos que pasar a otra oficina, su primer pedido fue el reiterado de uno ya dado: traer mi comida. ScheiBe! bueno, ya que me va a pagar y no dependeré solo del dinero del almuerzo, chévere pues. Desde entonces, por el lejano marzo de 2008, empecé a traer comida. Mi primer almuerzo fue en una oficina oscura, con el Señor J de entonces y con la otra trabajadora, M, y yo, la pequeña practicante.

Desde entonces, los almuerzos con SÑ se hicieron casi una obligación. El 99.9% de los días laborales, SÑ y yo comíamos. M no solía comer tan seguido con nosotros, pero nosotros si almorzábamos junto siempre. Traíamos la lonchera, calentábamos la comida en el Microondas, alistando la mesa y las bebidas. La comida se calentaba, la comíamos y conversábamos de todo, de nosotros, de las cosas que queríamos saber del otro. Escuchábamos música, nos reíamos. A veces no solo conversábamos, y no solo reíamos. Recuerdo que una de las peleas más fuertes con él la tuve a la hora de la comida: todo por una zorra-perra-puta. Fue la única vez que casi lo hago llorar. Reflexiono sobre aquel momento ahora, y siento un poco de pena.

También el almuerzo con SÑ servía para detectar movimientos, gestos, reacciones, palabras comunes y en qué momentos las utilizaba. Usaba el momento casi para estudiarlo (claro, cuando me comenzó a interesar más de lo que hubiera pensado), para leerlo y repasarlo. Fue con esos momentos que comencé a entenderlo, a conocerlo. Tal vez también a quererlo.

Ahora que lo pienso, lo más probable es que hayan sido esos los momentos que hiciera que me enamorara tan perdidamente de él. Tengo una teoría ahora: los hombres no solo son sinceros durante el sexo, sino también durante las comidas, en sus momentos de satisfacción de las más importantes necesidades. Y SÑ confió mucho en mí, muchas cosas que aún me guardo acá dentro, cosas que me dijo en confidencia en aquella oficina oscura, y que yo guardaré siempre. Así como siempre apreciaré la confianza tenida en mí entonces.

Por aquel entonces, si SÑ salía a comer y yo me tenía que quedar, no me importaba: sabía que tenía el resto de la tarde con él. Lo malo es que eso no duró por siempre, pues al Señor J lo pasaron a otra oficina. En esa época volví a comer sola, pero solo un par de semanas, mientras yo seguía en la oficina oscura. Luego de un par de semanas, pude volver a comer con él, a pasarla bien. Lamentablemente, el Fuhrer era ahora mi jefe directo, y SÑ estaba en otra área. Esa transición fue una de las cosas más difícilesy penosas que he vivido hasta ahora. A veces no lo veía en todo el día, hasta la hora de la comida, y a veces ni eso, porque el señor cancelaba a última hora y yo me quedaba comiédome mi almuerzo y mis lágrimas.

Cuando ya me acostumbré a la nueva situación, y harta de que SÑ me cancelara a última hora, decidí darle una lección. Un amigo mío, A, vino de visita una vez al trabajo, y me sacó durante la hora del almuerzo. SÑ me dijo de todo, pero era por la pica de que yo hubiera salido con otra persona. ¡Ajá! Lección aprendida. Además, no sé que podía ser tan malo, si Gigi entonces ya estaba en la oficina, y por pedido mío almorzó con SÑ, "para que no esté solo". A pesar de eso, SÑ estuvo "molesto" todo el día, incómodo porque yo salí con otro pata. Yo estaba encantada con su reacción, y finalmente tiempo después le admití que aquella salida había sido para darle una lección: como él se sintió aquella vez, yo me sentía siempre que salía, cancelándome a última hora el almuerzo. SÑ lo entendío, sabía como se había sentido, y nunca más me volvió a cancelar una comida a última hora. Esa fue, mi única GRAN victoria sobre el ego de SÑ.

Finalmente, SÑ se fue de este sector, a pastos más verdes, y yo me quedé aquí, donde sigo, dos años después de... todo. A pesar de que intenté renunciar a él (y no pude) y de la distancia, él seguía viniendo a almorzar por acá. Eso se lo agradezco mucho, porque nunca me llegué a acostumbrar del todo a su ausencia. En mis momentos más difíciles aún lo imaginaba, al otro lado del piso, revisando papeles y mirando la computadora con sus brillantes ojos negros. (Suspiro). Y cuando venía a la 1.40pm aproximadamente, y nos encontrábamos a solas, le daba el mejor de los besos. Los mejores besos siempre eran para él (claro, que nunca tuve a nadie más para dárselos, ¡por si acaso!). Luego de pensar en él durante la mañana, era un placer verlo y disfrutar de él como en los viejos tiempos. Entonces, SÑ me encargaba su comida en la mañana y cuando venía yo ya tenía todo listo, para que él solo se sentara y disfrutara de mí como yo de él. ¡Cómo me encantaban esos momentos! Recuerdo que una vez me había quedado dormida, y al despertar sentí un beso encantador. De un príncipe para una princesa.

Finalmente, un día la distancia nos venció y las horas de almuerzo pasaron a ser horas muertas, como muchas de nuestra vida juntos en esta oficina. Ahí Gigi me comenzó a hacer más compañía, hasta... bueno, hasta todo lo que he contado ya.

Extraño mucho tener a SÑ frente a mí todos los días, su presencia, su mirada, sus palabras y todo lo que siempre me ha encantado de él. Menos mal ahora tenemos días designados: SÑ, el Fuhrer o yo, nos repartimos los días en que a cada uno le toca invitar el almuerzo, ponemos fecha y nos reunimos. Eso suele ser con un intervalo de cada dos semanas, y tengo que anotarlo en la agenda porque sino a los señores se les olvida y se pelean por a quién le toca pagar entonces. Algo bueno, luego de la pena ocasionada entonces por la distancia.

Pero hoy me tocó almorzar sola. Ya descubrí por qué: es un homenaje a las horas que fueron valiosas, y ahora son colección de horas muertas. En nombre de ellas, hoy como en silencio y sin compañía. ¡Una sonrisa por ellas y por todo lo que me dejaron!

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