viernes, 26 de noviembre de 2010

Hígado, no me joderás más

un motivo más que suficiente para dejar de comer grasas, y por ende, bajar de peso.

Hay algo que siempre me ha tenido mal. Una dolencia física que de vez en cuando me ha mandado a la cama, y que la última vez que lo ha hecho me dio la voluntad suficiente para lanzar el victorioso grito de "¡Nunca más!". No more.

Lo que pasa es que yo siempre he sufrido del hígado. No hepatitis ni nada por el estilo, pero mi hígado nunca ha sido sano del todo y siempre he tenido que tener cuidado al momento de devorar lo primero que me pongan en frente. Por ejemplo: nada de grasas, o al menos no en exceso (ya relativizando), y moderarse con el alcohol, sobretodo con los tragos cortos. Si podía con eso, podía suficiente.

Yo estoy en estas desde hace mucho tiempo. Cuando todavía era adolescente sufrí por primera vez de esto. Recuerdo que fue una larga noche llena de vómitos y carreras al baño para amanecer media deshidratada y sin poder comer nada. Aún era bastante joven, claro, y lo que me pasó entonces desapareció en cuestión de horas. Ahora, a mis veintipicos, ya no parece tan fácil.

Me acostumbré a tener que sufrir esto de vez en cuando, sentirme un poco mal porque comí grasas exageradamente o tuve una borrachera de padre y señor mío que no había que repetirse. Claro, el alcohol es un maaaal enemigo. Y una noche de viernes que fui con el Fuhrer y demás compañeros de trabajo a un bar cerca a la Plaza San Martín, terminé bebiendo más de lo normal. Llegué hecha una piltrafa a casa, ni siquiera recuerdo bien cómo llegué, solo que crucé la calle y metí la llave en la puerta con mejor pulso que cuando estoy sobria. Fui al baño a miccionar, llamé a SÑ (que ya me quería mandar al cacho por andar de beoda, sola y a altas horas de la noche), y luego fui a "botar al gato". Puaj. La mañana siguiente mi rostro tenía puntitos rojos y amoratados por cada rincón, y era una muestra más de mi malestar físico. Claro, en unos cuantos días los puntitos iban a desaparecer, pero siempre fue incómodo verlos pues afeaban mi rostro en exceso. Todo exceso es malo, I repeat to myself.

Pero esta última vez fue demasiado. No solo fueron náuseas, no fue solo comer sopita de pollo y tomar gatorade o cualquier otro suero y esperar que me pase. Fue... ya... demasiado. Ni siquiera tengo el valor de mencionar lo que comí, pues el solo recordarlo hace que mi estómago suene y me lleve al baño. Pero fue grave. Bastante grave. Estuve bien durante la tarde del martes, pero al llegar a casa sentí que me dolía la cabeza, y no solo eso: me dolía el cuerpo. Tenía un malestar que no sentía desde la vez en que me enfermé porque SÑ me terminó, y además, náuseas y mareos y un malestar estomacal asqueroso (buena definición).

He estado así todo el día miércoles. No podía comer, aunque quisiera, porque lo devolvía. Los puntitos rojos y morados en mi cara abarcaron casi toda mi cabeza, hasta el cuello. Con paciencia me fui deshaciendo de todo, sin azúcares, comiendo despacio y en pocas cantidades. Luego de un santo remedio que fue el agua con limón sin azúcar, pude tener una cena tranquila y comer una manzana que me refrescó bien. Esa noche ya no vomité ni me sentí tan mal. Pero ayer en la mañana, al venir a la oficina, si me puse mal. Tuve que volver a casa, sufrir un poco más de malestar y revivir. Y vivir para poder cuidar bien de mi organismo.

Ya mucho chongo, esto de verdad que me pareció suficiente. Ya no quiero volver a sentirme de esta manera, y menos comer comida de mierda que me mande a la mierda. Quiero comer sano, y no lo digo como un capricho, sino con la sinceridad de una ex convaleciente. Es hora de cuidarme, soy joven pero no como en las épocas escolares en la que todo era fácil. Llego a mis veinticinco con el organismo de alguien mucho más mayor y eso no está bien. No lo será si sigo con estas andanzas. Voy a comer sano, y lo haré desde ahora.

Será una ventaja: comer sano implica también bajar de peso. Puede que no resulte tan malo después de todo. Pero más que eso es el no querer ser víctima nunca más. Si pude hacerlo con mis emociones, debe de ser mucho más fácil con mi físico, ¿verdad?

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